Fernando Cordero Cueva
21/09/2025
La marcha en defensa del Agua en Cuenca, bajo el grito unánime de “¡Quimsacocha no se toca!”, superó todas las expectativas y se convirtió en una verdadera lección de dignidad ciudadana. Nunca, en la historia de nuestra ciudad, habíamos sido testigos de una manifestación tan inmensa, tan sentida y tan profundamente humana.
Cuenca vibró con la fuerza de miles de voces que caminaron juntas, sin miedo y con esperanza, recordándole al país y al mundo que aquí, en esta tierra de ríos, páramos y montañas, el agua es vida y no se negocia. Las calles se transformaron en un río humano que desbordó emoción, convicción y amor por la naturaleza. Fue un encuentro de generaciones: niños, jóvenes, adultos y ancianos marchando unidos por la certeza de que defender el agua es defender nuestro futuro.
Esta jornada quedará grabada en la memoria colectiva como un acto histórico, una expresión única y espectacular de unidad, conciencia y resistencia pacífica. Cuenca habló con la voz más alta y clara de su historia: la voz de su gente que nunca permitirá que se arriesgue el agua, la vida y la dignidad de nuestra tierra.
Cuenca vibró con la fuerza de miles de voces que caminaron juntas, sin miedo y con esperanza, recordándole al país y al mundo que aquí, en esta tierra de ríos, páramos y montañas, el agua es vida y no se negocia. Las calles se transformaron en un río humano que desbordó emoción, convicción y amor por la naturaleza. Fue un encuentro de generaciones: niños, jóvenes, adultos y ancianos marchando unidos por la certeza de que defender el agua es defender nuestro futuro.
Esta jornada quedará grabada en la memoria colectiva como un acto histórico, una expresión única y espectacular de unidad, conciencia y resistencia pacífica. Cuenca habló con la voz más alta y clara de su historia: la voz de su gente que nunca permitirá que se arriesgue el agua, la vida y la dignidad de nuestra tierra.
Y esa voz, fuerte y unida, debe ahora inspirarnos a dar un paso más: si fuimos capaces de movilizarnos para defender el agua, también lo seremos para construir juntos el futuro. Porque Cuenca y su región poseen condiciones extraordinarias que nos invitan a soñar en grande: más de 1.600 millones de dólares en remesas que sostienen a miles de familias; una riqueza turística, cultural y educativa que nos enorgullece; destrezas artesanales e industriales que asombran al mundo; universidades y servicios médicos de primer nivel; y un patrimonio ambiental y energético capaz de alimentar el desarrollo.
Con una gran alianza público-privada, estos recursos podrían transformarse en proyectos estratégicos como la nueva vía Cuenca–Guayaquil por el valle del Cañar con ferrocarril de ida y vuelta, un aeropuerto moderno en Victoria del Portete; proyectos hidroeléctricos: Cardenillo, Santiago y Soldados–Yanuncay. Para hacerlos posibles debemos atrevernos a dejar atrás el centralismo anacrónico y asumir de verdad la autonomía descentralizada que nos manda la constitución, organizándonos en mancomunidades y consorcios regionales.
Cuenca demostró que sabe defender lo que ama. Ya no hay vuelta atrás: si logramos unirnos por el agua, también podemos unirnos para cambiar ese centralismo que nos limita y abrir paso a un futuro de autonomía, dignidad y grandeza regional.